11 Apr
11Apr

A diferencia de las guerras del siglo XIX, durante la Primera Guerra Mundial las heridas pesaron más en la mortalidad que las enfermedades, volviéndose también, más mortales.  Como lo señala David Stevenson, historiador, esta aseveración es cierta al menos para al frente occidental, pues en el caso turco el padecimiento de enfermedades multiplicó por siete las causas de mortalidad por encima de las heridas. 

Algo similar ocurriría en África occidental, en Macedonia y en lugares como Serbia, en donde el tifus afectó a la cuarta parte de los efectivos de este territorio en 1915. El caso ruso no está lejos de esta última tendencia, pues se calcula que 5 millones de soldados fueron hospitalizados a lo largo de la guerra a causa de afecciones como el escorbuto, el tifus, la fiebre tifoidea, el cólera y la disentería.

La movilización de personal médico es uno de los primeros aspectos que llama la atención sobre el papel de la medicina en la guerra. Alemania llevó al frente el 80% de los 33.031 médicos con que contaba a inicios de 1914. En Francia, para 1915, 18.000 médicos respondieron al llamado y al finalizar la confrontación cerca de 11.000 de los 22.000 médicos que había en Inglaterra, prestaron su servicio en el campo de batalla. 

Con excepción de la epidemia de gripe de 1918, conocida como la visita de la dama española, en el frente occidental la mayor parte de las muertes estuvo originada en las heridas. Esto da cuenta, sin lugar a dudas, de la incorporación, por parte de los médicos ingleses, franceses y alemanes, de medidas preventivas de higiene como el uso de agua limpia, disposición de instalaciones para el aseo del cuerpo, despiojo en espulgaderos públicos y vacunación frente a la viruela y al tétanos. Sin embargo, la sífilis y el “pie de trinchera”, una afección que producía necrosis de los miembros inferiores debido a la constante presencia de agua en las trincheras, continuaban aportando bajas considerables. 

La alta tasa de recuperación de los soldados debido a intervenciones médicas que contaban con hospitales móviles y unidades de rayos x en el frente de batalla, es un elemento que explica la veloz reposición de combatientes, así como el gran número de efectivos con el que contaron todos los ejércitos en 1917. 

Durante la Primera Guerra Mundial se administró a los soldados una solución salina con el fin de corregir las pérdidas y restaurar el equilibrio de fluidos, pero fue insuficiente, pues la solución recorría el cuerpo sin elevar el volumen de sangre. Para 1914, Louis Agote, médico, dio a conocer el método de transfusión con sangre cintrada. Luego, la creación de bancos de sangre y plasma esencial para la cirugía de urgencia, obtuvieron de la guerra un impulso significativo y permitieron enfrentar con mayor eficacia el shock hipovolémico. 

Marie Curie, por otra parte, creó centros radiológicos de campaña, cerca del frente, para ayudar a los cirujanos. Estos no eran otra cosa que unidades móviles de radiografía, conocidas popularmente como petites Curie. El inglés y también médico Charles Myers, en febrero de 1915, identificó y describió lo que hoy denominamos como estrés postraumático en los soldados, llamado durante la Gran Guerra “fatiga de combate” o Shell shock. Myers publicó sus resultados en la afamada revista The Lancet. 



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