11 Apr
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Respecto al avance de la tecnología Engels indicó claramente: "una necesidad técnica impulsa más a la ciencia que diez universidades, es decir, no existe una acumulatividad de saber absolutamente al margen de las demandas sociales".

La tecnología no es un artefacto inocuo, y por esto mismo, sus relaciones con la sociedad son muy complejas. Las consecuencias políticas y sociales de la energía nuclear, las telecomunicaciones, las políticas tributarias, son, ejemplos del notable impacto social de la tecnología en los estilos de vida. 

En y durante la primera Guerra Mundial participaron 34 Estados, con una población total de 1000 millones de habitantes, equivalente al 67% de la población total de la Tierra.

Los gastos directos se calculan en 225 000 millones de dólare, siendo en el caso de Inglaterra el gasto en la guerra el 35% de la riqueza nacional, Alemania el 24% y Francia, Italia, y Austria Hungría el 20%.

Efectos de la Primera Guerra Mundial Sobre el medio ambiente.

  1. Condiciones desfavorables para la vida y el desarrollo humano.

  2. Pérdida de la biodiversidad.

  3. Destrucción del patrimonio histórico-cultural.

El tanque pone fin a la guerra de trincheras

Uno de los avances más destacados de la Primera Guerra Mundial fue la creación del tanque -inicialmente denominados "buques de tierra"-, que surgió tras el auge del automóvil unos años antes y que se convirtió en una poderosa forma de combatir las absurdas guerras de trinchera en las que las ametralladoras ya causaban estragos.

El Mark I construido en Gran Bretaña fue el primer tanque utilizado en un combate: hizo su debut en la Batalla del Somme, el 15 de septiembre de 1916, y a él se sumaron luego modelos franceses (el desastroso Schenider CA1 fue sustituido por el Renault FT-17, que sentaría las bases de los diseños actuales). Su uso masivo se hizo realidad algo más tarde, en la batalla de Cambrai que tuvo lugar el 20 de noviembre de 1917.

Los resultados de su uso fueron desiguales por su limitada fiabilidad, y aunque los alemanes tardarían en producir sus propios tanques, sí descubrieron artillería antitanque, a la que se sumó la creación de trincheras más anchas que los tanques no podían superar. La guerra de trincheras como tal había tocado a su fin.

Lanzallamas y gases venenosos

Los lanzallamas ya habían sido utilizados siglos atrás, pero ese concepto sería aprovechado primero por los alemanes con un diseño de un lanzallamas moderno que se aprovecharía en las guerras de trincheras: en las últimas etapas de esos ataques a las trincheras estas armas permitían eliminar a los enemigos sin causar daños estructurales graves a unas trincheras que podían acabar siendo útiles para quienes las tomaban.

Mucho más peligroso fue el uso de los gases venenosos: los gases lacrimógenos comenzaron a usarse en agosto de 1914 por parte del ejército francés pero los alemanes pronto acudirían a una solución similar. Sin embargo la cosa pasó a mayores en enero de 1915, cuando los alemanes dispararon 18.000 obuses con bromuro de xililo líquido sobre posiciones rusas en la Batalla de Bolimov. Aquel ataque fue un fracaso, no obstante: el producto se congeló y no tuvo el efecto deseado por los alemanes.

El uso del cloro tampoco tuvo el efecto deseado, pero a partir de ahí aumentaron la toxicidad de ese gas con fosgeno. Mucho más efectivo y letal acabaría siendo el gas mostaza, aunque esa guerra química no era del todo efectiva, puesto que también frenaba el avance de las posiciones "liberadas" por el despliegue de esas armas a los ejércitos que las utilizaban.

Trazadoras y la guerra aérea

Las ametralladoras eran ya un elemento clásico de las batallas a esas alturas, pero su efectividad sobre todo en ataques nocturnos era muy limitado ya que era casi imposible ver dónde se disparaba. Las cosas mejoraron con la invención de las balas trazadoras, que emitían un material inflamable que dejaba un reguero fosforescente.

El Fokker E.I (Eindecker I, 'monoplano I' en alemán), considerado el primera avión de caza de la historia, y que fue clave para la superioridad aérea alemana en el Frente Occidental en la Primera Guerra Mundial.

Aunque las primeras pruebas fueron un pequeño fracaso -las balas solo mostraban una trayectoria errática de 100 metros- en 1916 aparecería la munición .303 SPG Mark VIIG, una trazadora que además de cumplir esa función era perfecta para derribar a los zepelines alemanes que asolaban (o trataban de hacerlo, aquellos ataques no tuvieron demasiadas consecuencias) Inglaterra.

El microondas que nos devolvió a la Guerra Fría: nuevas armas no convencionales parecen detrás del misterioso ataque de La Habana

La artillería fue desde luego la causa del mayor número de bajas de la Primera Guerra Mundial, y aunque hubo avances relevantes -la necesidad hizo que se diseñaran las primeras armas antiaéreas- la revolución en este tipo de armamento fue inferior al que se vio en otros terrenos. Eso sí: las ametralladores, pesadas y grandes, evolucionaron para convertirse en armas de menor tamaño. La ametralladora Lewis o el rifle automático Browning M1918 -que sería mucho más popular en la Segunda Guerra Mundial- hicieron su aparición en este conflicto y pusieron fin a las tácticas de oleadas de ataque de gran tamaño: los ataques en pequeños grupos comenzaron a ser mucho más relevantes.

La utilización de los aviones también comenzó a ser vital en la Primera Guerra Mundial, pero el uso de ametralladoras se limitaba a las alas y hacía poco eficiente este tipo de combate. Situar la ametralladora en el morro era imposible ya que al dispararla las balas impactaban en las palas de la hélice, pero los alemanes idearon mecanismos sincronizadores que permitían utilizar ametralladoras en el morro que disparaban de forma sincronizada con el paso de la hélice. Desde 1918 hasta 1930, de hecho, el armamento estándar en los aviones fueron dos ametralladoras sincronizadas que disparaban a través del círculo de la hélice.

Garros

Roland Garros

¿Cómo lograron los alemanes idear ese mecanismo? Aquí toca curiosidad histórica: el piloto francés Roland Garros y el fabricante Raymond Saulnier idearon una serie de placas deflectoras en las palas de la hélice que permitían utilizar una ametralladora directamente de frente ya que blindaban esas palas.

El 1 de abril de 1915 Garros se cobró su primera víctima: un Albatros B II alemán quedó perplejo ya que tradicionalmente los pilotos se disparaban con un rifle o revólver que llevaban encima. Cosechó dos victorias aéreas más antes de que apenas unos días después, el 18 de abril, su avión cayera en líneas enemigas. El problema: los alemanes no solo le atraparon a él, sino que capturaron ese aeroplano y copiaron aquella técnica. El mítico Anthony Fokker sería el encargado de desarrollar el sistema de sincronización definitivo, y según la leyenda la idea fue una mejora (importante, sí) de la idea que Garros y Saulnier habían tenido.

Otro avance sería importante para los inicios de esas batallas aéreas: la instalación de radios en los aviones para la comunicación con otros pilotos o con bases en tierra. En 1916 se instalaron los primeros sistemas que permitían enviar radiotelégrafos a 225 km de distancia, mientras que en 1917 se logró por primera vez la comunicación por voz vía radio entre un operador en tierra y un piloto de un avión. La torre de control había nacido.

Los aviones demostraron ser otro de los elementos clave en estas guerras no solo en combates o bombardeos, sino también en misiones de inteligencia en las que se recababa información sobre posiciones enemigas o sobre líneas de suministro. Los zepelines alemanes también tuvieron impacto en este sentido y se convirtieron en bombarderos estratégicos de largo alcance, aunque tras la guerra su popularidad se diluyó enormemente.

Este fue también el primer conflicto en el que entraron en acción -de forma muy limitada- los portaaviones. El primer aeroplano que despegó de un barco en movimiento lo hizo en 1912 (aunque tendría que aterrizar en tierra), pero el primer portaaviones real fue el HMS Furious, en el que se produciría el primer aterrizaje de un Sopwith Pup el 2 de agosto de 1917.

También encontramos un antecesor de los modernos drones: la primera aeronave no tripulada que intervino en la Primera Guerra Mundial fue desarrollada por la Marina de los Estados Unidos entre 1916 y 1917. Creada por Elmer Sperry y Peter Hewitt -que la concibieron como una bomba aérea teledirigida-. Aquel ingenio que se basaba en el uso de giroscopios y un barómetro para determinar la altitud acabaría siendo demasiado impreciso para ser utilizado de forma masiva, y de hecho el proyecto acabaría siendo abandonado años más tarde, en 1925. Los drones, como sabemos, no habían dicho su última palabra.



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