Antes de la conquista Española, los buenos jóvenes indígenas eran “obedientes, felices y pacíficos”, como lo eran los sabios ancianos. El buen viejo está lleno de fama, lleno de honra, posee amonestaciones, tiene agua fría, tiene ortigas, tiene palabras. Es instructor; relata, cuenta lo antiguo. Gobierna, dispone, arregla (ibid., vol. 2, pp. 268-269).
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